A veces, vivimos de recuerdos. No tiene porque ser el mejor recuerdo de todos. Tal vez, sólo un instante, una sonrisa, un roce de piel con piel, una foto borrosa, un susurro en mal momento, un verte esperándome en la puerta o un verte ir sin sentir nada. A veces, los recuerdos se apoderan de nosotros y son tan potentes que bebemos de ellos. El más infimo de ellos me recordaba a tí. Y vivía de eso. Contaba los días para verte después de tantos años y buscaba tu nombre en mis stories. Ahora, sólo te recuerdo a ti con esa moto, recogiéndome, nervioso con tus cigarrillos en la mano. Ya no fumas lo de siempre, tu olor era distinto, tu tacto de hielo. Y parece que la botella de cerveza que los dos dejamos cerrada, se ha derramado. Todo se ha ido por el sumidero. ¿Quién eres tú? o, peor, ¿quién soy yo ahora que no entiendo tu lengua?. Tampoco entiendo tu tacto. Ni tus muecas, ni como cruzas los brazos cuando antes me descruzabas las piernas. ¿Qué es de tí? ¿Qué ha cambiado? ¿Porqué te fuiste cuando yo estaba allí? A quinientos metros. Te fuiste y aún reclamas mi atención y me llamas en sueños. ¿Por qué esa indiferencia fingida? Tal vez eres de hielo.
Tal vez, deba dejar correr la cerveza y que se apagan todas esas lunas que dejamos pendientes. El tiempo se consuma y, tal vez, lo nuestro. Acaso no era yo tu sueño...
Dime, corazón, porqué ya no siento tu latido.
P.S. El mal tiempo me agota, y me pone triste y las cosas bastantes claras y el chocolate espeso. La indignación es real, más bien la tristeza, de que donde yo pensaba que había fuego, parece ser que ya no queda nada.
XOXO